Había una vez - Unas rimas que se arriman
Autora: Adela Bash.
Todos andaban mal por la zona del Yacuarebí. Y dicen que lo que pasó fue más o menos así.
Un día el zorro se levantó de mal humor. Tal vez porque sí nomás, tal vez porque hacía calor. Iba pateando la tierra y por dentro se sentía en pie de guerra.
Estaba en eso cuando vio pasar a un perro mascando un hueso. Sin darle tiempo de saludar le gritó:
-¡Eh, perro! ¡Sos el más tonto del mundo!
Sin esperar ni un segundo se le tiró encima para descargar sobre él su mal humor y le dio una patada que por poco lo desmaya del dolor.
Cuando el perro se repuso, se sintió dominado por el enojo y con ganas de pelear con el primero que se le pusiera ante los ojos.
Justo en ese momento vio pasar a una liebre y la miró tan mal, que a la pobre casi le da fiebre.
-¡Eh, liebre! -le gritó-. ¡Sos la más idiota!-. Y le dio un golpe que estuvo cerca de dejarle la cabeza rota.
Cuando la liebre se recuperó, se sintió llena de furor. En ese momento vio pasar a un ratón.
-¡Eh, ratón! -exclamó-. ¡Sos tan tonto que más que tonto sos un tontón!
Y sin darle tiempo de contestar se le tiró encima y le dio un mordisco que estuvo a punto de dejarlo bizco.
Cuando el ratón se dio cuenta de lo sucedido, sintió una tremenda furia y un impulso ciego de descargarse con el primero al que le viera el pelo. El primero que pasó fue un cuis. Y sin pensarlo dos veces, le gritó: -¡Eh cuis, sos el más estúpido de todo el país!
Después, el ratón le estampó un golpazo con la cola que lo dejó sin sentido por más de una hora.
En cuanto el cuis se pudo levantar se sintió de un humor terrible y con ganas de descargarse con cualquiera lo más pronto posible. Sucedió que pasó por allí una rana. Apenas la vio, el cuis le dijo: -¡Eh, rana saltarina, sos lo más imbécil que vi en mi vida!
En un segundo se abalanzó sobre ella y le dio una paliza que le hizo ver las estrellas.
No bien la rana pudo volver a ponerse de pie estaba tan furibunda que al primero que viera lo iba a dejar más chato que una funda.
Entonces pasó por allí el zorro, que ya no tenía tanto mal humor aunque seguía haciendo bastante calor.
En cuanto la rana vio al zorro, sintió que sus fuerzas se multiplicaban por millones y le dio unos tremendos coscorrones.
Al zorro le volvió enseguida el mal humor, y un rato después volvió a patear al perro que se retorció de dolor. Más tarde el perro atacó a la liebre; la liebre, al ratón; el ratón, al cuis y el cuis a la rana.
Así se pasaron toda la mañana. Después, también la tarde. Mientras tanto el ánimo se les encendía cada vez más, como una fogata que arde y arde y arde. Por la noche durmieron inquietos y nerviosos. Para cada uno los demás eran su enemigo, y les resultaba imposible descansar tranquilos.
Así estuvieron un tiempo. En sus cabezas había lugar para una sola idea: cómo estar siempre preparados para la pelea. No podían pensar en otra cosa, y ni hablar de disfrutar de alguna experiencia hermosa. Todos se insultaban, se pateaban, se golpeaban y se mordían donde se encontraran y a cualquier hora del día.
Fue entonces que una mañana sopló una brisa refrescante y llegó al lugar un mono que nadie había visto antes.
Apareció frente al zorro justo cuando este andaba con ganas de descargar sobre alguien un fuerte mamporro. Pero cuando el mono lo vio, no le dio tiempo de que lo atacara. Lo saludó con una sonrisa que le recorría toda la cara. El zorro se sintió paralizado por un gran desconcierto. Una sonrisa era algo que no veía hacía tiempo. Y en menos de lo que se tarda en decir "abracadabra" el mono empezó a soltar estas palabras:
Justo en el medio del campo
suspiraban dos tomates,
y en el suspiro decían:
¡hoy queremos tomar mate! El zorro pasó del desconcierto al asombro y del asombro a la carcajada. Se reía tanto que tenía la expresión desencajada. Se imaginaba a los tomates con una bombilla y se reía como si alguien le hiciera cosquillas. Entonces el mono siguió:
Por el río Paraná
va nadando un surubí,
y mientras nada, comenta:
¡qué picante está el ají!
Las carcajadas del zorro eran tan grandes, que resonaban por todas partes. En pocos minutos llegaron el perro, la liebre, el ratón, el cuis y la rana, atraídos por el sonido de la risa, que hacía tanto tiempo no escuchaban. El mono siguió:
De las aves que bailan
me gusta el sapo,
porque deja la alfombra
toda hecha un trapo.
Entonces todos se largaron a reír, y rieron juntos durante todo un día hasta soltar toda la risa que hacía tiempo no reían.
Estaban de tan buen humor, que a nadie le importaba si hacía frío o hacía calor. Después inventaron entre todos muchas rimas del estilo de las que había dicho el mono. Y se les ocurrían tantas y tantas ideas, que no les quedó lugar para volver a imaginar una pelea.
Una noche sopló una brisa que venía de las estrellas, y el mono desapareció sin dejar huellas.
Para mi abuelo Gregorio que me está mirando, mientras yo lo sigo contando.
Del Libro Cuentos con Rima para los que se animan. Ediciones Abran Cancha.
Consultec Paraguay
martes, 4 de octubre de 2011
domingo, 5 de junio de 2011
VIRTUDES CHOIQUE
UN CUENTO PARA DOCENTES
VIRTUDES CHOIQUE
Había una vez una escuela en medio de la montaña. Los chicos que iban a aquel lugar a estudiar, llegaban a caballo, en burro, en mula y en patas.
Como suele suceder en estas escuelitas perdidas, el lugar tenía una sola maestra; una solita, que amasaba el pan, trabajaba una quintita, hacia sonar la campana y también hacía la limpieza.
Me olvidaba: la maestra de aquella escuela se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha más linda que el 25 de mayo. Y me olvidaba de otra cosa: Virtudes Choique ordeñaba cuatro cabras, y encima era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones. (Como ven, hay maestras y maestras).
Esta del cuento, vivía en la escuela. Al final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita. Allí vivía, cantaba con la guitarra, y allí sabía golpear la caja y el bombo.
Y ahora viene la parte de los chicos.
Los chicos no se perdían un solo día de clase. Principalmente, porque la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos. Además, sabía hacer mimos, y de vez en cuando jugaba al fútbol con ellos. En último lugar estaba el mate cocido de leche de cabra, que Virtudes servía cada mañana. La cuestión es que un día Apolinario Sosa volvió al rancho y dijo a sus padres:
-¡Miren, miren…! ¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno!
El padre y la madre miraron, y vieron unas letras coloradas. Como no sabían leer, pidieron al hijo que les dijera; entonces Apolinario leyó:
-“Señores padres: les informo que su hijo Apolinario es el mejor alumno”.
Los padres de Apolinario abrazaron al hijo, porque si la maestra había escrito aquello, ellos se sentían bendecidos por Dios.
Sin embargo, al día siguiente, otra chica llevó a su casa algo parecido.
Esta chica se llamaba Juanita Chuspas, y voló con su mula al rancho para mostrar lo que había escrito la maestra:
-“Señores padres: les informo que su hija Juanita es la mejor alumna”.
Y acá no iba a terminar la cosa. Al otro día, Melchorcito Guare llegó a su rancho chillando de alegría:
-¡Mire, mamita…! ¡Mire, Tata…! La maestra me ha puesto una felicitación de color colorado, acá. Vean: “Señores padres: les informo que su hijo Melchor es el mejor alumno”.
Así los cincuenta y seis alumnos de la escuela llevaron a sus ranchos una nota que aseguraba: “Su hijo es el mejor alumno”.
Y así hubiera quedado todo, si el hijo del boticario no hubiera llevado su felicitación. Porque, les cuento: el boticario, don Pantaleón Minoguye, apenas se enteró de que su hijo era el mejor alumno, dijo:
-Vamos a hacer una fiesta. ¡Mi hijo es el mejor de toda la región! Sí. Hay que hacer un asado con baile. El hijo de Pantaleón Minoguye ha honrado a su padre, y por eso lo voy a celebrar como Dios manda.
El boticario escribió una carta a la señorita Virtudes. La carta decía:
-“Mi estimadísima, distinguidísima y hermosísima maestra: El sábado que viene voy a dar un asado en honor de mi hijo. Usted es la primera invitada. Le pido que avise a los demás alumnos, para que vengan al asado con sus padres. Muchas gracias. Beso sus pies, Pantaleón Minoguye; boticario”.
Imagínese el revuelo que se armó.
Ese día cada chico voló a su casa para avisar del convite.
Y como sucede siempre entre la gente sencilla, nadie faltó a la fiesta. Bien sabe el pobre cuánto valor tiene reunirse, festejar, reírse un rato, cantar, saludarse, brindar y comer un asadito de cordero.
Por eso, ese sábado todo el mundo bajó hasta la casa del boticario, que estaba de lo más adornada. Ya estaba el asador, la pava con el mate, varias fuentes con pastelitos, y tres mesas puestas una al lado de la otra.
En seguida se armó la fiesta.
Mientras la señorita Virtudes Choique cantaba una baguala, el mate iba de mano en mano, y la carne del cordero se iba dorando.
Por fin, don Pantaleón, el boticario, dio unas palmadas y pidió silencio.
Todos prestaron atención.
Seguramente iba a comunicar una noticia importante, ya que el convite era un festejo.
Don Pantaleón tomó un banquito, lo puso en medio del patio y se subió. Después hizo ejem, ejem, y sacando un papelito leyó el siguiente discurso:
-“Señoras, señores, vecinos, niños. ¡Queridos convidados! Los he reunido a comer el asado aquí presente, para festejar una noticia que me llena de orgullo. Mi hijo, mi muchachito, acaba de ser nombrado por la maestra, doña Virtudes Choique, el mejor alumno. Así es. Nada más, ni nada menos…”
El hijo del boticario se acercó al padre, y le dio un vaso con vino. Entonces el boticario levantó el vaso, y continuó:
-“Por eso, señoras y señores, los invito a levantar el vaso y brindar por este hijo que ha honrado a su padre, a su apellido, y a su país. He dicho”.
Contra lo esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió. Nadie dijo ni mu.
Al revés. Padres y madres empezaron a mirarse unos a otros, bastantes serios. El primero en protestar fue el papá de Apolinario Sosa:
-Yo no brindo nada. Acá el único mejor es mi chico, el Apolinario.
Ahí nomás se adelantó colorado de rabia el padre de Juanita Chuspas, para retrucar:
-¡Qué están diciendo, pues! Acá la única mejorcita de todos es la Juana, mi muchachita.
Pero ya empezaron los gritos de los demás, porque cada cual desmentía al otro diciendo que no, que el mejor alumno era su hijo. Y que se dejaran de andar diciendo mentiras.
A punto de que don Sixto Pillén agarrara de las trenzas a doña Dominga Llanos, y todo se fuera para el lado del demonio, pudo oírse la voz firme de la señorita Virtudes Choique.
-¡Párense…! ¡Cuidado con lo que están por hacer…! ¡Esto es una fiesta!
La gente bajó las manos y se quedó quieta.
Todos miraban fiero a la maestra. Por fin, uno dijo: -Maestra: usted ha dicho mentira. Usted ha dicho a todos lo mismo.
Entonces sucedió algo notable. Virtudes Choique empezó a reírse loca de contenta. Por fin, dijo:
-Bueno. Ya veo que ni acá puedo dejar de enseñar. Escuchen bien, y abran las orejas. Pero abran también el corazón. Porque si no entienden, adiós fiesta. Yo seré la primera en marcharme.
Todos fueron tomando asiento.
Entonces la señorita habló así:
-Yo no he mentido. He dicho verdad. Verdad que pocos ven, y por eso no creen. Voy a darles ejemplo de que digo verdad:
“Cuando digo que Melchor Guare es el mejor no miento. Melchorcito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela, cuando jugamos fútbol…
“Cuando digo que Juanita Chuspas es la mejor no miento. Porque si bien anda floja en Historia, es la más cariñosa de todas…
“Y cuando digo que Apolinario Sosa es mi mejor alumno tampoco miento. Y Dios es testigo que aunque es desprolijo, es el más dispuesto para ayudar en lo que sea…
“Tampoco miento cuando digo que aquel es el mejor en matemáticas… pero me callo si no es servicial.
“Y aquel otro, es el más prolijo. Pero me callo si le cuesta prestar algún útil a sus compañeros.
“Y aquella otra es peleadora, pero escribe unas poesías preciosas.
“Y aquél, que es poco hábil jugando a la pelota, es mi mejor alumno en dibujo.
“Y aquélla es mi peor alumna en ortografía, ¡pero es la mejor de todos a la hora de trabajo manual!
“¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no entendieron? Soy la maestra y debo construir el mundo con estos chicos. Pues entonces, ¿con qué levantaré la patria? ¡Con lo mejor o con lo peor?
Todos habían ido bajando la mirada. Los padres estaban más bien serios. Los hijos sonreían contentos.
Poco a poco cada cual fue buscando a su chico. Y lo miró con ojos nuevos. Porque siempre habían visto principalmente los defectos, y ahora empezaban a sospechar que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso. Y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor.
Porque con eso se construye mejor.
Cuenta la historia que el boticario rompió el largo silencio. Dijo:
-¡A comer…!¡La carne ya está a punto, y el festejo hay que multiplicarlo por cincuenta y seis…!
Comieron más felices que nunca. Brindaron. Jugaron a la taba. Al truco. A la escoba de quince. Y bailaron hasta las cuatro de la tarde.
DINÁMICAS PARA MOTIVAR
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Objetivos de la Dinámica de Grupo:
OBJETIVO Permite formar grupos de acuerdo a criterios previamente definidos.
Temporización, participantes y lugar:
TIEMPO: Duración: 30 Minutos. TAMAÑO DEL GRUPO: ilimitado. LUGAR: Aula Normal
Material necesario para la Dinámica:
I. Parte del estribillo de canciones elegidas para cada participante.
Pasos para el desarrollo de la Dinámica:
a) Se dividen los estribillos de las canciones de acuerdo a la cantidad de miembros que se desea en cada grupo.
b) Cada participante canta la parte del estribillo asignada.
c) Se juntan los participantes que les tocó la misma canción.
5. NOMBRE DE LA DINÁMICA DE GRUPO
EL JUEGO DE CARTAS
Objetivos de la Dinámica de Grupo:
II. Favorecer el trabajo en grupo a través de la expresión escrita.
III. Extraer en forma de juego lo esencial de un tema.
IV. Suscitar el debate de puntos de vista distintos.
Temporización, participantes y lugar:
TIEMPO: Duración: 30 Minutos. TAMAÑO DEL GRUPO: ilimitado. LUGAR: Aula Normal
Material necesario para la Dinámica:
I. Cartulinas blancas cortadas al tamaño de un naipe. Cinco por cada participante.
II. Bolígrafos
Pasos para el desarrollo de la Dinámica:
1. El dinamizador, una vez elegido el tema de la sesión, reparte cinco cartas a cada participante.
2. En las cartas, cada uno tendrá que expresar en una frase sintética o, si se prefiere, por medio de un dibujo, lo que opina sobre el tema que se está tratando.
3. Una vez que todos han rellenado sus cinco cartas, con ideas distintas en cada una, el dinamizador recoge todas las cartas, las baraja y las vuelve a repartir entre los participantes. Ahora éstos deberán ordenarlas según sus preferencias en orden de importancia. A continuación, por turnos, cada uno deberá irse desprendiendo de las cartas, comenzando por la que ha considerado menos importante, y explicando a los demás los motivos que tiene para ello. Puede decir algo así: "Yo tiro esta carta porque…" El juego continúa hasta que en la última ronda todos los jugadores se queden con una carta, la más importante.
4. Seguidamente se hace una puesta en común de las cartas más importantes de cada subgrupo, que mostrará lo que el grupo ha considerado esencial sobre el tema abordado.
5. Valorar por último:
- ¿Se pueden establecer conclusiones sobre el tema? ¿Cuáles?
- ¿Alguien se ha desprendido de una carta que otro consideraba valiosa?
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